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Un espejo roto en la educación dominicana

Un espejo roto en la educación dominicana

Por: Ing. Rafael A. Sánchez

Miércoles de Esperanza, miércoles epicentro de la semana.

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6 – RV1960)

Lo sucedido recientemente en una escuela de la provincia de La Romana no solo es un bochorno local, sino un baldón nacional. El grotesco pleito protagonizado por una supuesta estudiante y una maestra es un espectáculo impropio y violento que coloca en tela de juicio el presente y el futuro de nuestra educación. Como ingeniero, ciudadano y padre de familia, confieso que nunca había contemplado algo tan horrendo e incalificable.

Nos preguntamos con dolor: ¿a dónde vamos a parar?, ¿qué destino nos espera si la escuela, templo del saber, se degrada en circo de violencia? La educación cívica, que debería ser cuna de civismo, se está transformando en un espacio de barbarie. Lo dijo Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”.

En mi natal Vallejuelo, los maestros eran verdaderos formadores, figuras respetadas y con autoridad moral incuestionable: pilares que forjaron generaciones de ciudadanos íntegros. ¡Qué contraste frente a los shows mediocres y degradantes que hoy empañan nuestra realidad educativa!

Claro está, la responsabilidad no recae únicamente en el aula. Los hogares disfuncionales, la crianza de abuelos cansados y padres ausentes, y los niños sin guía sólida confluyen en el deterioro de la conducta juvenil. Debemos admitir que muchos padres y madres han claudicado en su rol de primeros educadores. La escuela no puede sustituir lo que el hogar renuncia a sembrar.

Platón nos legó una verdad inmortal: “La primera y mejor victoria es conquistarse a sí mismo.” Cuando una maestra pierde la compostura en público y un alumno responde con violencia, ambos revelan la derrota de la autodisciplina. Esa derrota no solo es personal: es social, cultural y nacional.

Es hora de que las autoridades educativas reaccionen con firmeza. La educación es la columna vertebral de cualquier nación; si esa columna se tuerce, todo el cuerpo social se desploma. Urge rescatar la dignidad del magisterio, fortalecer la autoridad en las aulas y devolver a la palabra “maestro” el sitial de honor que nunca debió perder.

La esperanza no está perdida. Pero si seguimos tolerando estos espectáculos degradantes, hipotecaremos el porvenir de la patria. Que este hecho vergonzoso nos sirva de advertencia y de compromiso colectivo: solo exigiendo calidad moral y académica en nuestras aulas podremos decir que estamos construyendo nación.

¡¡¡DIOS ES BUENAZO!!!

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