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CUANDO LA GUAYABA PODRIDA VALE MÁS QUE LA VIDA

CUANDO LA GUAYABA PODRIDA VALE MÁS QUE LA VIDA

Por: Ing. Rafael A. Sánchez

Lunes, inicio de la semana laboral, lunes de templanza.

“Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.”
Mateo 24:12

La descomposición social que hoy nos golpea —tenaz, mordaz y desbordada— ha dejado de ser un simple fenómeno sociológico. Es un cáncer moral, un desplome ético, una agonía de principios que socava los cimientos de la convivencia humana. Nos ha convertido —sin exagerar— en una civilización confundida, emocionalmente desierta, donde muchos pierden el rumbo, el respeto, la nobleza y hasta la vergüenza. Vivimos en una jungla de cemento donde, lamentablemente, la vida humana parece valer menos que una guayaba podrida río abajo.

El tejido social, otrora fraterno, solidario y respetuoso, hoy luce amenazado por una corriente de cinismo, violencia y descaro que avanza sin dique ni contención. Como bien sentenció Albert Einstein:

“El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por quienes los miran sin hacer nada.”

Ese es el mundo… pero yo aterrizo en mi amada, edénica, paradisíaca y abnegada isla: la de DUARTE, SÁNCHEZ, MELLA, LUPERÓN… ¡Y MÍA!

Aquí, tristemente, el respeto anda de vacaciones indefinidas; la integridad murió de parto; la ética se ahogó en una yola rumbo a Puerto Rico; y la honradez está en lista de desaparecidos. La mezquindad, el engaño y la burla se sirven como agua fría.

Los atracos, la corrupción, la insensibilidad social, el irrespeto a la ley y la indiferencia ante el dolor ajeno se han vuelto parte de una cotidianeidad vergonzosa. Como bien decía Edmund Burke:

“Para que el mal triunfe, solo se necesita que los buenos no hagan nada.”

En medio de esta realidad, el Gobierno dominicano y nuestra Policía Nacional realizan esfuerzos ingentes, sostenidos y visibles por contener y revertir lo que acontece; sin embargo, el ritmo del deterioro social exige pasos más agigantados, decisiones más valientes y estrategias más integrales. La delincuencia no se combate únicamente con patrullajes y operativos, sino con educación, justicia real, oportunidades dignas, transparencia institucional y políticas públicas sostenidas. Porque, seamos sinceros: ¿Qué presidente, qué nación, qué sociedad digna puede conformarse con convivir bajo una plaga que acecha su paz, corroe su integridad y amenaza su futuro?

Y como dice la sabiduría bravía de mi Vallejuelo querido.
Serena, campesina y verdadera:

“Si el respeto se va, la desgracia llega primero que el sol.”

El ser humano ha dejado de ver al prójimo como hermano, para contemplarlo como amenaza. Se agotó el amor, la paciencia, la dignidad, la honradez. Pero aún queda un soplo de esperanza: aún hay quienes creemos que la ética no es utopía, que la integridad no es fósil, que la justicia no es opción, sino deber.

Porque la vida todavía sigue siendo sagrada, inviolable y digna.

Porque amar, respetar, servir y proteger no es debilidad… es grandeza.

Es tiempo de sentir el dolor ajeno como propio, de devolverle valor a la palabra, dignidad al trato, justicia a la justicia, y humanidad al ser humano.

No permitamos que lo podrido valga más que lo puro.

No dejemos que la maldad comprima la esperanza.

No permitamos jamás que la guayaba podrida valga más que la vida.

¡¡¡DIOS ES BUENAZO…!!!

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