Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, locutor, comunicador, magíster
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” Lucas 6:45, RV1960
En esta vida, la mediocridad y el resentimiento han encontrado en muchos seres humanos terreno fértil para reproducirse como plagas sin control. No hay mayor tragedia social que observar cómo la mediocridad acompañada de la insensatez se convierte en praxis, en costumbre, en maestra de los que ya han hecho del rencor y la traición su oficio más rentable.
Es infausto, aciago y vergonzoso ver a individuos que, incapaces de trascender en lo profesional o en lo social, se dedican a enlodar con mentiras, insinuaciones y comentarios arteros a quienes sí han trabajado con decencia, disciplina y dignidad. Si su vida ha sido un desfile de fracasos personales, de malas decisiones, de mezquindad y de acciones ruines, eso no es culpa del otro… eso es la cosecha inevitable de lo que usted mismo ha sembrado.
Pretender que de semejantes personas salga nobleza, justicia o grandeza sería, como bien decía mi siempre recordado amigo y maestro, el Dr. Rafael Molina Morillo —egregio Director del Listín Diario, el más longevo, reputado y creíble medio de comunicación escrito de nuestro país—, “pedirle peras al olmo”. Una frase que también, con candor infantil, me recuerda mi hija más pequeña cuando me aconseja: “Papi, no te preocupes por lo que digan o el qué dirán”. Y, como mi abuela Dolores Caro sentenciaba con sabiduría popular: “Al que no le importan las cosas, es sinvergüenza”.
He trabajado, trabajo y trabajaré para mantener, no solo mi nombre personal, sino una reputación familiar innegociable. Esto no lo discuto con nadie. No con amigos, no con conocidos, no con extraños… con nadie.
Me vacuné contra la calumnia cuando confirmé que era el precio a pagar por ser distinto y triunfador. Cuando me dicen que alguien, a mis espaldas, acabó conmigo, no pido ni permito que me digan lo que se dijo. De vivir y sobrevivir aprendí que el atrevido es insolente, que el mediocre es petulante y que el derrotado, del triunfo ajeno, dispara a matar reputación.
No es que me unte “aceite” para que todo me resbale, porque eso sería aceptar tácitamente lo que se me imputa. No, señores. Aquí lo que hay es un aviso claro para esos mediocres apandillados: Cuidadito… cuidadito… porque no somos de los que dejan pasar las cosas como quien va al baño y no lo siente, menos aún cuando de nuestra moral, integridad y profesionalidad se trata. Y, todavía menos, cuando lo que se toca es nuestra familia.
Como decía Yaqui Núñez del Risco con meridiana claridad: “En un país donde la gente que más opina es la que menos sabe, no se puede esperar un futuro promisorio.” Y como afirmaba Baltasar Gracián, maestro del ingenio y la prudencia: “El vulgo es fácilmente engañado; y cuando se entera, ya es tarde para quejarse.”
Antes de hablar, practiquen la enseñanza de los tres tamices de Sócrates:
- La Verdad: ¿Es cierto lo que vas a decir?
- La Bondad: ¿Es bueno lo que vas a decir?
- La Utilidad: ¿Es útil lo que vas a decir?
Si su comentario no pasa por estos tres filtros, mejor ahórreselo. Ganará en decencia, evitará miserias innecesarias y, de paso, dejará de retratarse a sí mismo como lo que es.
Rafael A. Sánchez C.
DIOS ES BUENAZO…!!!