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El Motor Fundido

El Motor Fundido

Javier Dotel: político, empresario y doctor en teología.

Un motor fundido representa la imagen más clara de la inoperancia. Un vehículo con el motor destruido deja de funcionar, pierde movilidad y se convierte en un simple peso muerto. Así mismo ocurre con un gobierno cuando sus principales áreas dejan de responder, cuando el engranaje de la institucionalidad se daña y cuando la dirección de la nación pierde la capacidad de conducir.

En ese estado, la máquina gubernamental deja de avanzar y lo único que queda es el colapso. Hoy República Dominicana atraviesa un momento donde la metáfora de un motor fundido se ajusta de manera perfecta a la realidad nacional.

El motor económico deteriorado
La primera señal de un motor fundido se encuentra en la economía. El crecimiento que en años anteriores rondaba el cinco por ciento se ha desplomado a apenas un tres por ciento o menos. Esa desaceleración no es un simple dato estadístico: significa menos empleo, menos oportunidades y un deterioro progresivo de la calidad de vida.

Cuando un motor comienza a fundirse, se escucha el ruido metálico del roce y se siente la vibración del daño interno. Ese ruido hoy se traduce en el costo de los alimentos, en la inflación que no se detiene y en los bolsillos vacíos de millones de dominicanos.

El llamado “Pollo Index”, defendido como medida de estabilidad, se ha convertido en la burla más amarga para las familias. Una libra de pollo que antes costaba menos de cuarenta pesos hoy se vende a más de ciento veinte.

Eso representa un aumento de más del ciento cuarenta por ciento. Cuando el alimento más básico de la dieta dominicana se convierte en un lujo, no se trata de un error aislado, sino de un motor económico que ya no responde.

El motor institucional corroído

El segundo componente averiado es la institucionalidad del Estado. Un motor fundido no solo pierde potencia, también comienza a soltar piezas internas y a dañar todo lo que está alrededor. Así pasa con las instituciones públicas, debilitadas por el clientelismo, el uso electoral de programas sociales y la falta de respeto a la independencia de los poderes.

La salud pública, por ejemplo, ha sido manipulada como arma política con el aumento de afiliados al Senasa en tiempos preelectorales. Los hospitales, en lugar de reflejar eficiencia, siguen siendo escenarios de carencias, largas filas y falta de medicamentos.

El motor institucional, en vez de lubricar el funcionamiento de la nación, está contaminado con el polvo del oportunismo y la corrosión de la politiquería.

El motor social desgastado

Un motor que se recalienta se manifiesta en humo y mal olor. La sociedad dominicana hoy huele a violencia, a desesperanza y a inseguridad. El desempleo juvenil ha alcanzado niveles alarmantes, y el aumento de la criminalidad es la expresión visible de un sistema que no logra dar respuestas.

Hoy se han multiplicado por mucho los viajes ilegales como una muestra patética del estado de desesperación y falta de oportunidades para todos, pero muy especialmente para la juventud.

Los barrios son testigos de apagones prolongados, de un sistema eléctrico que no ha sabido estabilizarse. Y el primer mandatario solo pide excusas por los apagones. La población ve cómo se importan alimentos en proporciones cada vez mayores porque la producción local no responde a la demanda.

Treinta por ciento de lo que consumimos depende de importaciones. ¿Qué significa esto? Que, si el motor agrícola y productivo se detiene, el país entero queda a merced de la dependencia extranjera.

El motor moral y espiritual paralizado

Quizás el daño más profundo se encuentra en el área moral y espiritual. La Biblia enseña que “cuando el justo gobierna, el pueblo se alegra; más cuando el impío gobierna, el pueblo gime” (Proverbios 29:2). Un gobierno que pierde su rumbo ético arrastra consigo a la nación.

La corrupción, la impunidad y la indiferencia ante el clamor ciudadano son síntomas inequívocos de un motor que se ha apagado.

La moral colectiva se deteriora cuando los líderes no dan ejemplo, cuando los valores se relegan y cuando la justicia se aplica con favoritismos.

Es en este punto donde el colapso nacional se vuelve más evidente, porque un país puede levantarse de una crisis económica, pero difícilmente se recupera de un colapso espiritual.

El motor de la educación oxidado

Hoy, gracias a este extraordinario gobierno fundido por completo desde la A hasta la Z, ocupamos el penúltimo lugar más deficiente en la lista de la valoración educacional realizada por organismos internacionales.

Deficiencias inimaginables de los docentes y estudiantes. Pero lo peor de todo es que no se vislumbra solución alguna en los próximos tres años.

Más de once mil aulas sin terminar su construcción, y las actuales llenas de niños haitianos ilegales que le quitan el cupo a nuestros hijos y nietos dominicanos. Siendo el ministerio de mayor presupuesto de la historia de nuestro país.

Un motor que necesita ser reemplazado

Un motor fundido no se repara con parches, poniendo anillas, filtro o aceite nuevo, ni con discursos, ni con promesas incumplidas. Requiere un reemplazo completo.

República Dominicana no necesita más excusas, sino un cambio profundo en la conducción del Estado. La voz del pueblo exige soluciones reales, un liderazgo que recupere la economía, fortalezca las instituciones, devuelva la seguridad social y rescate la moral nacional.

No necesitamos más improvisaciones ni más demostraciones de incapacidad. Necesitamos un conductor de la nación que tenga licencia de conducir categoría tres. Que sepa acelerar cuando hay que hacerlo y que sepa frenar a tiempo. Que sepa cuándo cambiar el aceite y el filtro del motor.

Hoy, el colapso nacional no es una predicción futurista, es una realidad palpable. Estamos ante un motor fundido que detuvo el avance del país. La responsabilidad de los dominicanos es discernir si seguiremos empujando un vehículo inmóvil o si tendremos el valor de sustituir el motor averiado por uno nuevo que pueda llevarnos a un destino de justicia, prosperidad y esperanza.

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