Por: Pedro Morales: Comunicador, consultor en marketing digital, economía digital e inteligencia artificial, fundador de la agencia de automatizaciones IA Liderazgo Digital MS, director ejecutivo de “La Nave Digital”.
La muerte de Rubby Pérez no solo dejó un vacío en la música dominicana, sino que desgarró el alma de un pueblo que aún no termina de creer lo que ocurrió. Un artista querido, una leyenda de voz inconfundible, se convirtió en una de las más de 200 víctimas del colapso del techo de la discoteca Jet Set, una tragedia que ha sacudido al país desde sus cimientos emocionales.
Una noche que debía ser alegría terminó en horror.
Lo que debía ser una noche de fiesta y celebración se tornó en una escena de horror, polvo, gritos y escombros. La estructura del techo, debilitada presuntamente por años de desatención, cedió en cuestión de segundos. No hubo tiempo para correr. No hubo advertencia. Solo el peso del concreto, el silencio repentino y luego el caos.
Rubby Pérez estaba ahí. No solo como artista, sino como ser humano, compartiendo con amigos y seguidores, regalando sonrisas. Su partida no fue solo trágica: fue un golpe seco al corazón de toda una generación.
Familias destrozadas… y ofertas de silencio
En los días que siguieron al desastre, lo natural era el duelo. Las lágrimas, el recogimiento, el respeto por quienes ya no están. Pero, como una sombra incómoda, el dinero apareció demasiado pronto. Algunas familias han denunciado que recibieron ofertas económicas a cambio de su silencio. Peor aún, hay señalamientos de que familiares cercanos a víctimas, incluyendo al propio Rubby Pérez, habrían buscado “acuerdos privados” para evitar demandas colectivas que amenazan con convertirse en el escándalo judicial del año.
¿Puede el dinero aliviar el vacío de una madre sin su hijo? ¿El dolor de una esposa sin su compañero? ¿El llanto de un niño que no entiende por qué papá ya no llega a casa?
Una pregunta más profunda: ¿por qué vale más el silencio que la justicia?
Cuando el dinero se presenta como bálsamo, algo se rompe en lo más íntimo del ser humano. El duelo se vuelve incómodo, sospechoso. Se mercadea con el dolor. Se negocia con la memoria. Y se pierde algo que no puede ser recuperado: la dignidad de los que partieron.
Hoy no solo lloramos la muerte de Rubby y de los demás. Lloramos también por la sociedad que estamos construyendo. Una donde el valor de una vida se mide por la cifra que se ofrece para no hablar. Donde las víctimas deben pelear doblemente: contra su pérdida y contra quienes intentan comprar su silencio.
Exigencias de justicia, entre demandas y presiones
Hasta ahora, los propietarios de la discoteca Jet Set enfrentan múltiples amenazas legales. Los abogados de los familiares están preparando una demanda colectiva que podría sentar precedentes en la jurisprudencia dominicana. Mientras tanto, otros se sienten presionados a desistir. Se habla de “acuerdos amistosos”, de pagos en efectivo sin documentos firmados. Y cada nuevo testimonio que sale a la luz suma indignación al luto.
¿Dónde queda la responsabilidad penal? ¿Dónde está el respeto por la memoria de Rubby Pérez, de los jóvenes fallecidos, de los empleados que esa noche perdieron la vida cumpliendo su trabajo?
El país debe decidir: ¿haremos justicia o seguiremos permitiendo que el dinero mande?
Este no es solo un caso judicial. Es un espejo de lo que somos como sociedad. ¿Seguiremos permitiendo que el “don dinero” convierta el dolor en un trámite? ¿O finalmente daremos un paso hacia la dignidad, la verdad y la justicia?
Rubby Pérez merece algo más que flores y homenajes. Merece que se diga la verdad. Que se persigan responsabilidades. Y que su muerte, como la de todos los demás, no sea un número más en una estadística silenciada por billetes.
Dejemos que la justicia haga su trabajo con independencia y sin presiones externas. Que se investigue a fondo, que se determinen responsabilidades si las hay, y que se aplique el régimen de consecuencias con firmeza y sin privilegios. Y si al final se concluye que fue un accidente sin culpables directos, que las compañías de seguros cumplan con sus obligaciones contractuales y acompañen a las víctimas en su dolor, como corresponde en un Estado de derecho.