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Donde Nace la Comida, Está Muriendo la Esperanza

Donde Nace la Comida, Está Muriendo la Esperanza

Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, Locutor, Comunicador, Magíster

El campo dominicano: urgencia, esperanza y soberanía

En todos los países del mundo, existen sectores neurálgicos que definen el nivel de desarrollo, sostenibilidad y gobernabilidad de una nación. Entre ellos, salud y educación suelen ocupar los primeros lugares; les siguen otros ejes como la planificación urbana, el sistema financiero, el tránsito, la justicia, la seguridad ciudadana y el turismo.

Sin embargo, hay un sector que muchas veces permanece en la sombra de la agenda pública, pese a su trascendencia vital: el sector agropecuario. Hoy escribo sobre él, no desde la queja sino desde la urgencia, no desde la nostalgia, sino desde la responsabilidad de visibilizar una realidad que amenaza el presente y el futuro alimentario de la República Dominicana.

Una actividad esencial con tratamiento marginal

La agricultura no solo es uno de los pilares económicos más antiguos de la economía dominicana, sino también uno de los más olvidados. A pesar de ser el motor que alimenta a más de 11 millones de dominicanos, así como a una muy alta cantidad de extranjeros en condición migratoria irregular y a los cerca de 12 millones de turistas que nos visitan anualmente, el productor agropecuario es, paradójicamente, uno de los actores más maltratados del sistema económico nacional.

Son ellos, “los que irrigan los surcos con el sudor de su frente”, quienes enfrentan año tras año una serie de desafíos estructurales, naturales, económicos e institucionales que atentan contra la sostenibilidad de su oficio.

Según cifras del Ministerio de Agricultura, entre un 30% y un 40% de las cosechas anuales se pierden por falta de planificación, escasez de agua, plagas, condiciones climáticas adversas o problemas logísticos. Y cuando no se pierden, se enfrentan a un mercado distorsionado por importaciones desleales o sobreoferta que reduce los precios hasta niveles que no cubren ni los costos de producción.

Falta de planificación, una deuda histórica

Uno de los males crónicos del agro dominicano ha sido la ausencia de una política de planificación estratégica nacional. La improvisación ha sido constante: si hay una sobreproducción de plátano, el precio cae abruptamente y se pudren miles de quintales. Si hay escasez de cebolla, se importa de forma masiva y repentina, afectando a los productores locales. La política agropecuaria dominicana ha sido, durante décadas, reactiva y no proactiva.

A esto se suma la falta de diversificación productiva. Muchas regiones del país siguen dependiendo de uno o dos cultivos principales, lo cual hace que estén vulnerables a las fluctuaciones del mercado, el cambio climático o la presión de plagas. El monocultivo ha demostrado ser ineficiente, improductivo y peligroso para la seguridad alimentaria.

Las consecuencias del abandono rural

El abandono del campo está generando una peligrosa migración hacia los centros urbanos. Jóvenes campesinos abandonan sus comunidades ante la falta de oportunidades y apoyo técnico, generando un vacío generacional en la producción agrícola. Esta migración forzada genera una sobrecarga urbana, desempleo, informalidad, inseguridad y, lo más grave, una amenaza real de desabastecimiento de alimentos en el mediano plazo.

El encarecimiento de los productos agrícolas ya se siente en la canasta básica. Según el Banco Central, en el último año el precio de productos como el arroz, el ajo, el aceite y los vegetales ha subido entre un 8% y un 15%, afectando principalmente a los sectores más vulnerables de la población.

¿Qué hacer?

El país necesita una transformación profunda del modelo agrícola. No se trata solo de subsidiar a los agricultores, sino de integrarlos a una economía planificada, diversificada, tecnificada y competitiva. Algunas propuestas urgentes incluyen:

  1. Establecer una planificación agrícola nacional por regiones.
  2. Fortalecer instituciones como el IAD, INDRHI y Banco Agrícola.
  3. Estimular la agroindustria y el valor agregado.
  4. Garantizar acceso al agua y modernizar riego.
  5. Blindar las fronteras contra importaciones indiscriminadas.
  6. Educar a una nueva generación agrícola con tecnología.

Conclusión

No podemos permitir que el campo dominicano siga languideciendo. Una nación que no cultiva lo que consume, camina hacia la dependencia externa, el hambre y la vulnerabilidad social. Hoy más que nunca debemos apostar sin reservas por la agricultura, no como un acto nostálgico o romántico, sino como una estrategia de soberanía nacional, seguridad alimentaria y justicia económica.

El campo no necesita limosnas. Necesita políticas, recursos, tecnología y voluntad. Si lo hacemos bien, no solo alimentaremos a nuestro pueblo, sino que convertiremos al país en una potencia agroexportadora regional.

Apoyemos al agricultor. Apoyemos a la patria.

¡DIOS ES BUENAZO…!!

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