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El Trato Justo: Entre la Igualdad y la Responsabilidad

El Trato Justo: Entre la Igualdad y la Responsabilidad

Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, Locutor, Comunicador, Magíster

En el vasto escenario de la vida, donde convergen los afectos, los compromisos y las acciones humanas, resulta imperativo reflexionar con detenimiento sobre la manera en que dispensamos trato a quienes nos rodean. No es una cuestión menor: es un asunto que toca la médula de la justicia, la integridad y la preservación de los valores esenciales que sostienen la convivencia.

Desde la intimidad del hogar, en el recogimiento de nuestras familias, surge la primera y más profunda lección: no todos los hijos muestran el mismo grado de responsabilidad, empeño, bondad y compromiso. La naturaleza humana es diversa en aptitudes y voluntades. Si entre tres hijos uno se distingue, sin ambigüedades, por su disciplina, su esfuerzo sostenido, su inteligencia práctica y su conducta ejemplar, sería un despropósito ético y un error pedagógico tratarlo exactamente igual que a quienes rehúyen sus deberes o muestran desdén por el respeto y la excelencia.

No es justo medir a todos con la misma vara, mucho menos juntar mansos con cimarrones.

La idea de la igualdad absoluta es un artificio que suena noble en el discurso, pero que en la práctica degenera en una peligrosa permisividad. Cuando se otorgan idénticos beneficios y consideraciones a quien honra cabalmente sus obligaciones y a quien de manera contumaz las ignora, se destruye el incentivo al mérito y se siembra la semilla de la mediocridad. Este fenómeno, observable tanto en la célula familiar como en la empresa, la institución o el Estado, produce un efecto corrosivo: al suprimir la distinción entre la responsabilidad y el desorden, se legitima la irresponsabilidad como norma aceptada.

Tratar de igual manera a los desiguales es injusticia.” — Aristóteles

Es ineludible proclamarlo con la fuerza de la razón y el amparo de la experiencia: no todos debemos recibir el mismo trato, porque no todos sostenemos la misma actitud ante la vida. Quien cumple de manera cabal merece ser reconocido y recompensado en la medida de su virtud; quien incumple, debe asumir las consecuencias de su displicencia.

La verdadera justicia no consiste en otorgar iguales prebendas, sino en ofrecer a cada quien lo que legítimamente corresponde a sus obras, sus elecciones y su carácter.

Elevo esta reflexión, enérgica pero respetuosa, como un clamor que trasciende el ámbito doméstico y se proyecta a toda esfera de la existencia humana. Que llegue, si es preciso, a los oídos, los ojos y la conciencia misma de Dios, para que quede constancia de que consentir la igualdad mal entendida es un abuso disfrazado de equidad. La dignidad del ser humano y la salud de las sociedades exigen la valentía de reconocer las diferencias y actuar en consecuencia.

¡DIOS ES BUENAZO…!!

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