Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, locutor, comunicador, magíster
Lunes inicio de la semana laboral, lunes de Templanza.
«Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.» Juan 6:40
Desde los albores de la psicología, Iván P. Pavlov y Sigmund Freud han sido faros que iluminan el contraste entre el actuar animal y el milagro de la conciencia humana. Pavlov, con sus perros que salivaban antes de recibir comida, demostró que un estímulo neutro, si se repite, puede condicionar una respuesta automática: la manifestación rutinaria de un instinto que aprende por asociación. Freud, en cambio, subrayó que el ser humano actúa desde su ello, su yo y su superyó: ámbitos donde instintos, deseos y normas éticas se enfrentan y equilibran en conflictos internos.
Hoy, sin embargo, vivimos un recrudecimiento paradójico: los animales parecen avanzar en inteligencia y adaptabilidad, mientras los humanos descendemos en humanidad y empatía. Estudios recientes señalan que numerosas especies (cetáceos, aves, primates) demuestran resolución de problemas compleja, cooperación social, uso de herramientas y comunicación sofisticada. En contraste, a nivel global percibimos un alza alarmante en conducta violenta, polarización, degradación social y ambiental —un retroceso ético en apariencia sin freno.
“El hombre se convierte en verdaderamente humano cuando se domina a sí mismo.” — Sócrates
Cuantitativamente, la OMS registró un aumento de hasta un 20% en incidentes violentos urbanos en la última década —un salto estadístico que nos habla de una sociedad herida— mientras que investigaciones en comportamiento animal apuntan a aumentos significativos en el uso colaborativo de herramientas entre animales salvajes, lo cual antes se creía exclusivo del ser humano.
Cualitativamente, la violencia y la indiferencia humana revelan un distanciamiento del propósito divino: fuimos creados para amar, cuidar, ser stewards del Edén original. Juan 6:40 nos recuerda que la verdadera vida —la que merece el nombre de “humana”— se encuentra en creer en el Hijo, resucitar a una esperanza regeneradora. Esta esperanza es un llamado a transformar nuestro hacer, reconstruir empatía, restaurar la ética como fundamento de convivencia.
No queremos ser seres que solo reaccionan como los instintos condicionados por Pavlov, ni que sucumben al id del ego sin freno, como advirtió Freud. Queremos ser criaturas pensantes, morales, responsables, reconciliadas con Dios y con la creación.
En este momento crítico —que no es solo nuestra amada Patria, nuestra Isla forma del Edén— sino en todo el mundo—, debemos reafirmar nuestro compromiso con la dignidad, la razón y la bondad.
Que esta reflexión nos sane el alma, nos haga más humanos, menos brutos, menos infernales, más eternos en propósito. Porque solo así, actuando desde la fe y la razón, recuperaremos el sentido principal de la vida, sin blasfemar, con profundo respeto a Dios y a la creación.
DIOS ES BUENAZO…!!!