Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, Locutor, Comunicador, Magíster
Doy gracias a Dios que me permite poder escribir artículos de opinión pública. Hoy quiero dirigirme, con respeto pero con firmeza, a todas esas personas que viven ofendiendo a los demás de manera consuetudinaria, sin medir las consecuencias de sus palabras que hieren y acciones descompuestas, creyendo ingenuamente que un simple “perdón” basta para restaurar lo destruido.
Para ilustrar esta verdad que muchas veces se prefiere ignorar, quiero contarles una historia:
Un padre tenía un niño de carácter necio, hostil, irrespetuoso e insoportable. El pequeño vivía molestando e hiriendo a todos a su alrededor. Las quejas llovían sobre su padre, quien, agotado, decidió enseñarle una lección distinta.
—Hijo —le dijo—, cada vez que vayas a ofender a alguien, toma esta tabla y clava un clavo.
El niño, movido por su costumbre de herir, apenas necesitó diez minutos para llenar la tabla con más de cuarenta clavos. El padre, sorprendido y estupefacto, le pidió entonces:
—Ahora, ve y retira cada clavo, en señal de que pides disculpas.
El niño corrió a hacerlo.
—Papá, ya los saqué todos —dijo con orgullo.
El padre tomó la tabla, la alzó ante sus ojos y le mostró la dolorosa verdad:
—Mira, hijo, cada vez que ofendiste a alguien, clavaste un clavo. Cada vez que pediste perdón, lo retiraste. Pero observa bien las troneras, los huecos profundos que quedaron. Así sucede en la vida: cuando hieres a alguien con tus palabras o acciones, aunque pidas disculpas, siempre dejas una herida difícil de sanar.
La enseñanza es clara: no es correcto andar ofendiendo para luego creer que un perdón lo cura todo. La verdadera grandeza está en el respeto constante, en la empatía diaria y en la prudencia de pensar antes de hablar y/o actuar.
La Biblia nos recuerda:
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12, RV1960)
“Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” (Lucas 6:31, RV1960)
Hoy, invito a cada lector a reflexionar con honestidad: ¿Qué clase de huellas estamos dejando en los corazones de los demás? ¿Acaso nuestras palabras están construyendo puentes o dejando heridas invisibles que no sanarán jamás?
No subestimen el poder de un agravio. Las heridas invisibles son las que nunca cierran.
DIOS ES BUENAZO…!!