Por: Eridel Reyes Rodríguez
Durante la semana en que se celebraba la Feria Internacional del Libro, recibí varias invitaciones a conversatorios que tendrían lugar en el recinto. Como buena ciudadana, compartí con entusiasmo la información con mis contactos. Entre los temas, uno llamó particularmente mi atención: la mujer y su participación en la política, a la luz de lo que establece la Constitución. Un tema más que oportuno, considerando la creciente presencia activa de las mujeres en la vida política nacional.
Todo marchaba bien, hasta que uno de los mensajes de respuesta a la invitación me sorprendió:
“Gracias por la invitación, pero yo no creo en eso”.
Esa frase fue suficiente para decidir que debía escribir sobre este tema.
Antes que nada, si algo he aprendido en mi trayectoria académica es que, para educar, primero hay que definir. Es fundamental partir de conceptos claros. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el género se refiere a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para hombres y mujeres.
Esto implica dos cosas esenciales: primero, que género y sexo no son lo mismo, y segundo, que el género es una construcción social, moldeada por las costumbres, valores y creencias de cada contexto.
Tomando esto en cuenta, surgen algunas preguntas inevitables:
¿Por qué tanta atención mediática a lo que decide hacer un hombre o una mujer en su vida privada o en el seno de su familia?
¿Existe acaso un manual universal que dicte cómo debe actuar un ser humano según su género, sexo, edad, condición social o nivel educativo?
Creo que todos y todas coincidimos en algo: la evolución existe. Y no solo la vemos en la naturaleza, sino también en nosotros mismos. En épocas pasadas, la vestimenta, la alimentación y la salud para nosotros los seres humanos eran precarias; solo unos pocos tenían voz y voto en la toma de decisiones. La historia lo documenta con claridad. Sin embargo, hoy el panorama para nosotros es completamente distinto.
Si la sociedad ha cambiado tanto, ¿por qué en pleno siglo XXI seguimos debatiendo qué debe o no debe hacer un hombre o una mujer? ¿Qué ha ocurrido para que la atención mediática haya pasado de los conflictos bélicos en Europa o Medio Oriente, y de la búsqueda de la paz, a convertir en noticia que el “esposo de una actriz se quede en casa con los hijos mientras ella trabaja”?
Cuando hablo de “enemigos silenciosos”, me refiero a esas fuerzas que, sin hacer ruido, siembran dudas, distorsionan discursos y promueven divisiones. Son voluntades negativas que operan de forma discreta, pero con objetivos claros. En el caso del género, las preguntas que debemos hacernos son: ¿por qué? y ¿para qué?
Responderlas exige reflexión, pensamiento crítico y honestidad intelectual. En esta primera entrega, dejo abierto ese ejercicio para continuar explorándolo en la siguiente.


