Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, locutor, comunicador, magíster
Miércoles de Esperanza, miércoles epicentro de la semana.
Existe una técnica –o mejor dicho, una teoría existencial y funcional– que he conceptualizado y enseñado con fuerza durante años, porque sintetiza con maestría el modo en que vivimos, trabajamos, lideramos, gastamos recursos y desperdiciamos tiempo: la Teoría del Jabón de Baño y la Crema Dental.
Esta teoría es tan simple como reveladora: cuando comenzamos a usar un jabón nuevo o una crema dental recién abierta, solemos utilizarla en exceso, sin medir cantidades. Extraemos sin pensar. Malgastamos. Nos sentimos sobrados. Pero a medida que el contenido disminuye y ya se ve la base del tubo o la fragilidad del jabón, empezamos a cambiar: reducimos el gasto, aprovechamos hasta la última gota, economizamos con inteligencia y precisión quirúrgica.
Esa conducta refleja una verdad incómoda pero universal: cuando el recurso es abundante, somos derrochadores; cuando escasea, nos volvemos sabios.
Esto aplica directamente a la vida misma: del año 1 al 49, muchos seres humanos vivimos como si fuéramos eternos. Maltratamos cuerpo, mente, alma, relaciones y tiempo. Despilfarramos años preciosos como si fueran eternos. Pero al llegar a los 50 –o cuando enfrentamos una crisis, enfermedad o pérdida– queremos que el reloj se detenga, empezamos a cuidarnos, a orar, a meditar, a suplicar misericordia… Como si quisiéramos exprimir los últimos gramos del jabón que ya no está.
Sucede también en lo espiritual. Personas que nunca pisaron una iglesia en su juventud, luego anhelan que el templo esté abierto 24/7. Nunca oraron, pero ahora claman con fervor. No ofrendaron ni ayudaron, pero ahora exigen milagros. Aun así, Dios en su inmensa gracia sigue esperando el retorno del hijo pródigo, aunque las marcas del tiempo sean irreversibles.
Lo mismo pasa con los procesos organizacionales: cuando una institución tiene presupuesto, insumos y tiempo, se permite la ineficiencia. Pero cuando llega la escasez, los equipos se transforman en administradores astutos. Por eso insisto en mis charlas de transformación cultural: ¡no esperen a estar en reservas para conducir con conciencia!
El mejor ejemplo es el tanque de combustible: cuando está lleno, aceleramos, encendemos el aire al máximo, tomamos atajos innecesarios, conducimos sin pensar. Pero cuando entra la reserva, apagamos todo, bajamos la velocidad, y hasta evitamos frenar bruscamente. ¿Por qué no vivir siempre así… con consciencia, mesura, responsabilidad?
La vida es un recurso no renovable. El tiempo también. El cuerpo es templo. Y todo lo que se nos da –dinero, familia, salud, ideas, puestos– es algo que debemos administrar con sabiduría, no con derroche.
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel” — Lucas 16:10, RVR1960
En resumen: Vivamos como si el jabón ya estuviera en las últimas, como si la crema dental ya no saliera fácil, como si el tanque estuviera en reserva. Porque esa conciencia del límite nos vuelve administradores del propósito, nos hace sabios, nos acerca a Dios y nos aleja de la pérdida.
“No malgastes lo que tienes deseando lo que no necesitas.” — Séneca
“Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir siempre.” — Mahatma Gandhi
Sirvamos. Porque quien no vive para servir, no sirve para vivir.
Y recordemos: todo en esta vida tiene un principio… y un final.
DIOS ES BUENAZO…!!!