Por: Ing. Rafael A. Sánchez C. — Ingeniero, Locutor, Comunicador, Magíster
Resulta paradójico y hasta ilógico nuestro artículo de hoy, ya que nunca hemos ido al infierno, no sabemos de nadie que haya ido y, con franqueza, tampoco pretendemos ni queremos ir. Sin embargo, si existiera un espejo terrenal de ese suplicio, sería el tráfico de nuestra amada pero maltratada ciudad capital.
La realidad vial que se vive en esta urbe es tan alarmante como aberrante. Un abuso consuetudinario se pasea impune por estas calles de Dios, donde autobuses y camiones circulan como si fueran dueños absolutos del asfalto. Viejos autos inservibles contaminan con su humo y su imprudencia. Las guagüitas voladoras, muchas conducidas por choferes extranjeros sin formación ni respeto, compiten a diario por el caos.
Pero si algo supera toda lógica es la anarquía de los motoristas y los mal llamados “Deliverys”, que cargan canastos traseros como si fueran bombas rodantes. Ninguno respeta ley alguna. Ni las normas de tránsito ni el mínimo sentido de convivencia. Salir a trabajar, en este contexto, es someterse a un nivel de estrés que bordea la tortura psicológica, un escenario donde la vida y la dignidad humana valen poco frente a la impunidad reinante.
Y mientras todo esto sucede, la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (DIGESETT), o los antiguos AMET, asisten como espectadores de lujo. Bien, gracias. Apenas se inmiscuyen cuando es rentable detener algún conductor distraído o realizar operativos que se sienten más como simulacros que como soluciones reales.
La falta de un régimen efectivo de consecuencias en la aplicación de la ley es el combustible que mantiene vivo este desorden crónico. La autoridad está ausente donde más se necesita y presente donde menos importa.
Para colmo, el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT) se ha convertido en una maquinaria de improvisaciones, dando palos a ciegas, anunciando medidas apresuradas sin capacidad real de fiscalización ni un plan sostenido. Cada reglamento parece más un parche mediático que una estrategia técnica coherente.
No es un capricho: cada día se violan disposiciones elementales de la Ley 63-17 de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial, como si fueran letra muerta. Entre ellas:
- Artículo 75, sobre respeto al derecho de vía y la prioridad peatonal.
- Artículo 220, que prohíbe la circulación de vehículos en condiciones mecánicas inadecuadas.
- Artículo 251, que obliga a los conductores de motocicletas a transitar con casco y con las debidas precauciones.
- Artículo 283, que establece sanciones por transitar sin licencia o con documentos vencidos.
- Artículo 297, que tipifica como falta grave no acatar las señales de tránsito ni las órdenes de la autoridad.
Hoy levanto la voz, con respeto pero con firmeza, porque la impotencia y la desesperación ciudadana no pueden seguir siendo ignoradas. La capital dominicana no merece este caos prolongado. La gente trabajadora, honesta y paciente que madruga cada día para producir, tampoco.
Necesitamos autoridad verdadera, normas aplicadas con rigor, educación vial constante y consecuencias claras para quien viola la ley. La paciencia social tiene un límite. La dignidad colectiva no puede seguir siendo atropellada por la indolencia institucional, las improvisaciones del INTRANT y la cultura del irrespeto que todo lo destruye.
“El mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión.” — Paulo Coelho
Con profundo compromiso y esperanza en un cambio real, ¡DIOS ES BUENAZO…!!