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DEMÓCRATAS DE BOCA… FRAUDE EN MANOS

DEMÓCRATAS DE BOCA… FRAUDE EN MANOS

Por: Ing. Rafael A. Sánchez

Martes de fe.

“Bienaventurado el que teme al Señor; en sus mandamientos meditará día y noche.”
(Salmo 1:2 – RV1960)

Vivimos en un país que proclama la democracia como himno, pero la deshonra con cada urnita y cada proceso electivo. Aquí, la palabra “fraude” se pronuncia con la misma facilidad con que se sirve un café matutino. No es una acusación aislada: es un hábito cultural convertido en filosofía de vida.

Se grita fraude en la elección de la reina de las fiestas patronales, en la junta de vecinos, en la cooperativa, en el consejo escolar, en los colegios profesionales y hasta en los comités donde se supone que mora la ética. Esa costumbre de sospecharlo todo —sin importar quién gane— destruye la confianza colectiva y demuele las instituciones que sostienen el orden cívico.

El que no gana… arrebata; y si no arrebata, acusa. Una fórmula perversa que nos mantiene atrapados en un ciclo de desconfianza y miseria moral.

La dimensión científica del fenómeno no puede ignorarse: estudios en neurociencia han demostrado que la percepción de injusticia activa las mismas redes cerebrales asociadas al dolor físico. La humillación pública, el rechazo y la sensación de ser engañado reconfiguran la conducta social, alimentan resentimientos y fomentan actitudes antidemocráticas si no se controlan con procesos claros, auditorías confiables y sanciones reales.

Las ciencias económicas y conductuales coinciden: el fracaso solo se convierte en aprendizaje cuando hay honestidad y revisión crítica. Sin estas dos columnas, caemos en un círculo vicioso donde los errores se repiten, la frustración se acumula y la sociedad se agria.

No es cuestión de caer: es cuestión de corregir. No es asunto de denunciar: es asunto de transformar.

Y para colmo de los colmos, cuando se celebran elecciones en los gremios llamados a ser ejemplo —los médicos en su CMD y los abogados en su CARD—, lo que menos se habla es de civismo. En ambos bandos, en ambos colores, en ambas corrientes, se reclama lo mismo: fraude. Fraude del que gana, fraude del que pierde, fraude del que aspira, fraude del que observa.

¿Quién dice la verdad? Difícil saberlo cuando la ética se usa como bufanda y no como columna vertebral. Si quienes guían la salud del país y quienes administran la justicia —médicos y abogados— no pueden dirimir sus propios procesos sin escándalos, ¿qué le queda al resto de los gremios?

¿En quién confiará el ciudadano común si el ejemplo se contamina desde arriba?

Como sentenció Confucio: “La virtud no habita en la muchedumbre.” Y Cicerón agregó: “La patria no es una línea en el mapa: es el respeto entre los hombres.” Dos verdades que, juntas, exigen conducta… no discursos.

La sabiduría de mi Vallejuelo querido lo dice sin rodeos: “Si no hay justicia en la mesa, no habrá pan en la casa.”

Reflexión final:

De nada sirve denunciar si no cambia la conducta. La sospecha no debe amargarnos; debe impulsarnos a construir procesos limpios, ciudadanos formados y gremios que inspiren, no que decepcionen.

No podemos seguir siendo “demócratas de boca y fraudulentos de manos”. Hagamos de la lealtad, la integridad, la fidelidad y —sobre todo— de la EQUIDAD, una religión cívica y cotidiana.

¡¡¡DIOS ES BUENAZO…!!!

 

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