Por: Milton Olivo – escritor, comunicador, ambientalista y activista por el desarrollo del sector agroindustrial y pesquero en la República Dominicana.
El tablero geopolítico del Caribe ha sido sacudido, y el eco de esta convulsión resuena con una mezcla de alarma y fatalidad en las capitales de la región. La aparente ruptura del monopolio del poder que Estados Unidos mantenía tradicionalmente en su “patio trasero” no es un evento teórico; es un hecho estratégico que se materializa en la firma de acuerdos y en el desplazamiento de intereses que hasta hace poco se consideraban impensables.
El punto de inflexión es claro: el acuerdo estratégico entre Rusia y Venezuela. Despojado de eufemismos diplomáticos, la lectura práctica y más cruda que se impone en Washington, y que nos atañe directamente en el Caribe, es la potencial presencia de armamento o infraestructura militar de una superpotencia hostil tan cerca de sus costas. La imagen de “misiles apuntando hacia Estados Unidos desde el Caribe” es el combustible perfecto para incrementar el nivel de paranoia en la Casa Blanca y el Pentágono.
Y aquí es donde la proverbial frase cobra un significado ominoso: “Cuando los elefantes pelean, la yerba es la que sufre.” Los “elefantes” son Estados Unidos y la Federación Rusa; la “yerba” somos los países pequeños e insulares del Caribe. El riesgo real es el de convertirse en una zona de guerra activa.
Es normal que las potencias, para no enfrentarse directamente, busquen países a los cuales desarrollar guerras proxies, como lo es –por desgracia Ucrania- en el enfrentamiento entre EEUU y Rusia. La lógica de la Guerra Fría apuntaba a que el contrapeso natural de EE. UU. a Venezuela sería Colombia, su aliado militar histórico. Sin embargo, este análisis debe corregirse drásticamente por la realidad política actual:
Colombia: Bajo el mandato del presidente Petro, el gobierno ha adoptado una postura marcadamente antiestadounidense en política exterior y ha fortalecido los lazos con Caracas, compartiendo una visión antiimperialista que lo aleja del rol de proxy de Washington. La frontera colombo-venezolana, en lugar de ser un frente de contención para EE. UU., es ahora un corredor de entendimiento regional.
Brasil: Su pertenencia a los BRICS lo acerca geopolíticamente a Rusia (y a China), y su posición como líder regional busca la multipolaridad, negándose a alinearse incondicionalmente con Washington para enfrentar a Venezuela. Además, su distancia geográfica del Caribe minimiza su relevancia como punto de fricción inmediato.
Dado que los gigantes sudamericanos quedan lejos del escenario directo y han optado por la ambigüedad estratégica o el alineamiento anti-EE. UU., la búsqueda de un proxy de contención se desplaza peligrosamente al Caribe y Centroamérica.
Si Colombia no sirve como el martillo de EE. UU. contra el yunque venezolano, Washington debe buscar desesperadamente un punto de apoyo logístico y militar creíble que esté geográficamente cerca de Venezuela.
La seguridad del Canal de Panamá es una prioridad existencial para Washington. Un acuerdo de defensa reforzado con Panamá lo convertiría en el proxy logístico ideal para monitorear el tráfico marítimo y aéreo en el sur del Caribe.
Pero asumir el rol de proxy convertiría su infraestructura vital (el Canal) en un objetivo primario en caso de escalada, incrementando la amenaza de sabotaje o ataque de represalia por parte de los aliados de Rusia.
El Riesgo Aumentado de República Dominicana (El Portaaviones Natural): Atractivo para EE. UU.: La posición geográfica de RD es inigualable para el monitoreo del Atlántico y las rutas marítimas hacia Venezuela. Con el “muro” colombiano debilitado, la presión sobre RD se duplica.
Pero aceptar el rol de proxy logístico de EE. UU. —permitiendo que sus naves operen desde aeropuertos nacionales— no solo convierte RD en un objetivo militar legítimo para Rusia/Venezuela, sino que sitúa a la República Dominicana como la principal plataforma regional para la contención hostil de la influencia rusa, asumiendo un riesgo que antes recaía en Colombia.
La posición óptima del gobierno dominicano sería de una “Neutralidad Blindada”. Es en extremo riesgoso para la RD permitirse ser la base de operaciones de la potencia dominante cuando el proxy natural se ha negado a participar.
El interés nacional de la República Dominicana sugiere que esta tiene que operar con la precisión de un cirujano. Cada declaración, cada voto en la ONU o la OEA, y cada movimiento diplomático será analizado bajo la lupa de las dos grandes potencias.
El futuro inmediato de la nación dominicana pende de un hilo, y la habilidad de sus líderes para maniobrar entre las patas de estos caballos gigantes determinará si salimos ilesos o si, como la yerba, o como Ucrania en el presente, terminamos aplastados.


